Linosa es una isla donde esa sensación de desconcierto y seguridad contemporánea de sus fronteras son las raíces de sus habitantes. La certeza de los 400 linosanos, que reside es la distancia geográfica e institucional de todo.
Está lejos de los derechos dados por hecho en el continente y la primera referencia institucional útil es Lampedusa, a una hora en aliscafo. En Linosa no hay hospitales y si el mar está agitado no llegan embarcaciones. Los “linosanos” son conscientes de estas dificultades, pero el sentimiento que los une a su tierra consigue superar los desniveles estructurales y naturales, disfrutando de la paz que envuelve a la isla volcánica.
Los colores de Linosa
Sus colores son fuertes, penetrantes e inolvidables. El negro de la tierra y el azul del mar se fusionan. En la isla se vive con los cuatro colores naturales y las fachadas de vivos colores de las casas antiguas en las calles del pueblo. Es especial por su distancia del estruendo de la civilización, que es su punto fuerte, su perenne desafío con el mundo y es en estas pequeñas comunidades donde se pueden perseguir importantes objetivos como la sustentabilidad ambiental.
Linosa y la sustentabilidad medioambiental
Todo en la isla gira en torno a la sostenibilidad medioambiental. Se plantan árboles, se protegen los nidos de las tortugas Caretta caretta conocidas como tortugas bobas, se trabaja con la Agencia Regional para la protección del Ambiente (ARPA) para la reforestación de la posidonia oceánica y se escucha el canto de las pardelas, ave protegida conocida por su canto hechizante, que anida en agosto entre los acantilados. Los que se quedan lo hacen por un vínculo casi visceral, los que optan por mudarse lo hacen con afán de recogimiento, soledad y egoísmo, los que optan por trabajar allí son conscientes de las dificultades logísticas, pero optan por dar una oportunidad completamente verde a una joya del Mediterráneo. Son todas formas de resistencia volcánica.